La magia que despierta Chanel en cada uno de sus desfiles no se puede ni predecir y, me atrevería a decir que no es posible medirla. La excepcionalidad acompaña a la firma fundada por Gabrielle Chanel en sus puestas en escena, en sus colecciones cuidadas al mínimo detalle, en la exquisita artesanía con que están hechas las prendas, la originalidad de sus escenarios y en como el Kaiser tiene la capacidad de flexibilizar y moldear la visión que Chanel tenía de la moda y del corazón de su firma.
Karl Lagerfeld convirtió esta vez el Grand Palais de París en una casa de muñecas, en cuyo jardín exterior paseaban las modelos. Todo un espectáculo que combinaba naturaleza y Alta Costura en una sola sala. Algunos hablaban de eco-coulture, aunque en definitiva no se tratase de moda ecológica, la verdad es que la naturaleza estaba presente en la inmensa casa de tablas de madera nórdica, los bordados de insectos, la joyería en forma de abejas o los detalles en madera; incluso podemos hablar del calzado, al clásico zapato bicolor se le había añadido una plataforma de corcho.
A la impecable puesta en escena añadimos el exquisito trabajo de los talleres de Chanel que se hace patente en las supertrabajadas mangas tanto en patronaje como en texturas. Vemos siluetas longilíenas en contraste con volúmenes que se abullonan en la parte de arriba para acabar con faldas midi, faldas de tubo o pantalones, tampoco falto su clásica chaqueta Tweed en el desfile. Los juegos de textura, capas de noche, sus clásicos tweeds desflecados, o la genialidad de llevar una riñonera diseñada para el smartphone, competían por llamar más la atención que el otro. Lo colores pálidos, blancos, crema, vainilla y beis, aparecían junto con todos en negro, azul oscuro.
El cierre del desfile lo protagonizó el edificio de manera al abrirse todas sus ventanas y quedar al descubierto las modelos enfundadas en vestidos ligeros y brillantes.
