¿Quién no ha deseado ser una princesa Disney de pequeña? Unas sueñan con ser una sirena como Ariel, otras más intrépidas, prefieren las hazañas de Pocahontas y otras cuantas (más modernas) se sienten más identificadas con Elsa, la gélida y divina protagonista de Frozen. Yo en cambio, he sido siempre más de la vengativa, celosa y curvilínea Campanilla, de la que por cierto, reclamo su derecho a considerarla princesa Disney. Pero este amor platónico puede convertirse en un arma de doble filo y crear muchas frustraciones en el futuro. Y es que hay una cosa que de pequeña ignoras: que tu heroína es un mero dibujo absolutamente irreal, que no se rige por los cánones naturales. Pero claro, eso a los 8 años te da igual, tú quieres ser como ella y cantar “Bajo el mar” con una orquesta compuesta por calamares. Y claro, luego con los años, te preguntas porque tu cintura no es como la de la Bella Durmiente (a menos que te quites la mitad de las costillas) y por qué Pocahontas si era una indígena sin recursos, no tenía pelos en las piernas. Y es que Disney, ha hecho mucho daño.
La ilustradora Loryn Brantz, sabe lo dañino que puede resultar crear falsas expectativas a edades tan tempranas y ha enfocado parte de su obra a humanizar a las princesas Disney. Si ya hace un tiempo presentaba una serie de cómo serían nuestras musas con una cintura real, ahora le toca el turno al pelo. Brantz planta cara a las melenas irreales: Le moja el pelo a Ariel, enmaraña el pelo a la Bella, o enfosca el de Blancanieves. Una divertida propuesta que aparte de ser ocurrente e ingeniosa, nos ayuda a desmitificar parte de nuestros ideales y porque no, a ver que nadie es perfecto, y mucho menos, las princesas Disney.