¿Sabéis eso de que “la primavera la sangre altera”? Pues os digo con toda la confianza que a mi cuerpo le da exactamente igual en qué estación nos encontremos, que se altera él solito con poco. Bueno, en realidad, con poco tampoco… Mientras haya sol, playa, alcohol… creo que ya sabéis por dónde van los tiros.
La cuestión es que yo me desinhibo totalmente cuando estoy a gusto, y eso me pasa el 100% de las veces que voy a la playa. Allí siempre me he sentido yo misma, sin complejos, mostrando todas mis únicas y extravagantes facetas, y me he sentido muy querida. Con lo cual, si mezclas mis hormonas, unas cañas y chicos guapos, ¡no me hago responsable de mis actos!
La historia esta vez empieza con una amiga, Lucía, de esas que casi nunca os veis, pero que cuando quedáis, ¡abróchense los cinturones que vienen curvas! Todas y cada una de nuestras noches son almacenadas en la categoría de “historias locas que recordar”. La poca vergüenza que nos queda la dejamos siempre en casa, nos vestimos con mucha confianza y nos maquillamos bien de amor propio. Si llevo labios rojo y chupa de cuero, ya no hay quien me pare.
Decidimos ir a un pueblo cercano con unos amigos, a tomar unas cañas y volver antes de cenar por aquello de que yo conducía y no quería liarme (¿en serio Maca, a quién pretendías engañar?). Resulta que con estos dos amigos, alguna otra noche tonta de verano, nos habíamos liado cada una con uno, pero seguía habiendo muy buen rollo entre nosotros y lo que primaba era la amistad.
Alberto, uno de ellos había invitado a sus colegas, con lo cual acabamos juntándonos un buen grupete. Lucía es más cortada que yo para relacionarse en público, así que le dije que si estaba incómoda nos volvíamos a nuestro pueblo. Sin embargo, ella puede ser tímida, pero de tonta no tiene ni medio pelo, y ya le había echado el ojo a uno de los colegas… Iba a ser una noche larga. Porque os digo, cuando a ella se le mete un chico entre ceja y ceja, ni el propio Zeus se interpone en su camino.
Y para no dejar sola a Lucía, yo tanteé el terreno con Miguel, a ver si había posibilidad de remember (*). Con alguien conocido es más fácil, porque ya de entrada sabes que le atraes, o al menos le atrajiste en el pasado. Además, entre Miguel y yo siempre hubo esa tensión sexual no resuelta, pues solo tuvimos unos besos pseudo inocentes el verano que nos conocimos.
(*) Remeber: se denomina así al encuentro entre dos personas que tuvieron una relación o aventura en el pasado. Para mí, sexo casual sin compromiso.
Cuando las cervezas empezaron a causar su mágico efecto, supe que tenía luz verde con Miguel. Una sabe esas cosas, pero no sé explicar cómo ni porqué. Sencillamente lo sabía, y sabía perfectamente cómo tenía que actuar para llevármelo a mi terreno.
Aunque no pretendíamos salir, al final nos acabamos liando y yendo a la discoteca. Yo dejé de beber entonces, y sólo me pedía agua con hielo (me gané varias caras de asombro de los incrédulos que pensaban que no podía divertirme sin beber alcohol). Siendo sincera, la discoteca era horrible, no era ni mi ambiente ni mi música, pero quien algo quiere algo le cuesta. Y Miguel iba a ser mío.
En un momento dado Lucía desapareció con su presa, y viendo que mi trabajo de celestina estaba terminado, era hora de atacar. Entre Miguel y yo ya había mucha química, sólo necesitaba ese último empujoncito. Para algunas cosas soy tremendamente tradicional, y qué queréis que os diga, pero me mola que se lance el tío. Muy moderna y lo que yo quiera, pero hay cosas que no cambiarán.
Salimos fuera a fumar, una excusa que pocas veces falla, y me aseguré que nadie más del grupo nos seguía. Entre calada y calada, sólo tuve que poner ojitos, una caída de pestañas y una sonrisa pícara para que Miguel cayera.
¡Ay, qué maravilla de hombre! A veces el buen gusto se me olvida en casa, pero os aseguro que Miguel es un portento. Alto, moreno, barba, ojos oscuros preciosos, sonrisa descarada, buen cuerpo… Y lo mejor de todo es que entre nosotros la química estaba servida. No nos confundamos, que yo relación no quería ninguna con Miguel, solo es que tenía ganas de ligar y sabía que él era una buena opción. Y claro, si el muchacho te derrite las bragas con mirarte, pues de perdidos al río.
Nos besamos con unas ganas desmedidas. Miguel es como yo, de los que nos gusta morder. Pues las ganas se nos fueron un poco de madre, porque tanto él como yo al día siguiente teníamos unos labios bonitos…
Pasamos enredados un buen rato, hasta que la música terminó y era hora de volver. De camino a casa se vino de copiloto, mientras Lucía se hacía la dormida en la parte de atrás. La verdad es que la vuelta en coche fue surrealista, él empezó tentándome poniendo su mano en una zona no muy decente de mi muslo, pero le corté enseguida. Mientras conducía lo primero era la carretera. Así que pasamos a la conversación trascendental, filosófica y profunda que mantiene un borracho y una sobria a las 6.30 de la mañana. Todo muy lógico, sí.
Ya no sé ni de qué hablamos, pero sé que fue profundo. De estas conversaciones que te hacen plantearte el significado de tu vida. Miraba por el retrovisor a Lucía, que de vez en cuando abría medio ojo y me miraba con cara de “¿en serio estáis hablando de esto?”. Como dos locos, pero dos locos felices.
Le propuse ir al faro a ver amanecer, pues es algo que me encanta hacer, y si es en buena compañía mejor. Él aceptó de primeras, pero luego se echó atrás. No me dio ninguna razón, pero yo creo que se acordó de su reciente ex y el cerebro le petó. No se lo tendré en cuenta, ya que para eso somos amigos con derecho, aunque no hubiera estado mal algo de salseo en la montaña.
Así que contenta conmigo misma, con la autoestima por las nubes y una buena carga de amor propio, me senté en el alféizar de la ventana a fumarme el último cigarro de la noche, mientras veía amanecer en la preciosa playa que tantas historias me ha dado.
Siempre vuestra,
Tinderella.