¡Atención! En este post he querido ser explícita contando todo lo que vivimos y sentimos el día del parto, siempre escrito con cuidado y sin ser soez. Pero puede herir la sensibilidad de ciertas personas, así que si no es un tema que de verdad te interese o seas algo sensible mejor no lo leas…
La aventurilla comenzó el domingo día 5 de febrero. Yo llevaba un poco rara todo el día. No sabría explicar muy bien por qué, pero presentía que se acercaba el momento. Por la mañana, una de las veces que fui al baño manché un poco, que es algo normal pero como no me había pasado más que al principio del embarazo, ya nos puso en alerta. A partir de las 18h más o menos empecé a notar contracciones algo constantes pero con un leve dolor similar al que siento cuando estoy con la menstruación. Llevaba toda la semana con contracciones pero sin ningún tipo de dolor y sin seguir ningún patrón. Son las llamadas contracciones de Braxton Hicks, que preparan el útero para el parto.Pero estas ya eran diferentes. Otra clara señal de que el momento se acercaba. Mi chico y yo decidimos que era hora de empezar a prepararse. Estuve un rato haciendo ejercicios en la fitball, que ayudan a encajar al bebé en el canal de parto. Cuando esas contracciones se hicieron más constantes y regulares (aún no eran muy dolorosas) decidí darme un baño relajante.
Estando en la bañera tumbada, de repente noté un «plop«, como una pompa en el interior de mi tripa y pudimos ver como un líquido blanquecino salía lentamente. ¡Había perdido el tapón y empezaba a perder líquido amniótico! Me puse de pie rápido ya que una vez que no tienes tapón, debes evitar el contacto con nada que pueda infectar el líquido interior y con ello al bebé.
Una vez de pie comprobé que tenía pequeñas pérdidas. Nos entró una risa nerviosa y empezamos a prepararnos para ir al hospital. Terminamos de ducharnos, nos vestimos, repasamos la lista de cosas que teníamos colgada en la entrada de casa desde hacía un par de semanas para no olvidar nada y nos despedimos de nuestra pequeña pinscher Amy.
Al llegar a urgencias y una vez me hicieron el registro, rompí aguas en plan aquópolis… ¡Qué sensación! Iba con unos vaqueros gris claro (olé yo eligiendo looks para ponerme de parto) y tanto por delante como por detrás me había puesto perdida. Sentí un poco de vergüenza porque parecía que me había orinado encima… Sé que es tontería, porque es algo que no se puede controlar. Pero aún así te sientes un poco avergonzada.
Me pasaron a consulta con la ginecóloga y tras explorarme me comentaron que aún no estábamos de parto y solo había dilatado 1 cm, aunque el cuello del útero sí estaba blando y había comenzado a borrarse. El protocolo establece que con la bolsa rota, si en 12 horas no te pones de parto de manera natural, tienen que inducírtelo. Cruzamos los dedos para que no fuera así, porque esos partos suelen ser más largos y complicados. Así que me dieron una bata (para tapar mi vergüenza hecha mancha) y me llevaron a monitores mientras nos preparaban una habitación para poder pasar la noche dilatando… En monitores se controla tanto el latido del corazón del bebé como la intensidad y frecuencia de las contracciones.
Sobre la 1 de la mañana, una vez en la habitación pasaban las horas contracción tras contracción que cada vez se hacían más intensas. Al principio no eran de un dolor insoportable, pero iban aumentando de intensidad y el cansancio se iba apoderando de mí. Pusimos música relajante, nos pusimos un capítulo de Bates Motel en Netflix, intentamos dormir un poco,… pero nada, yo no podía. Cada 2-3 minutos tenía una contracción de unos 30-45 segundos y era imposible si quiera planteármelo. Cada 4 horas más o menos nos llevaban a monitores. Cada vez era más duro porque se unía el dolor de cada contracción, el cansancio acumulado, las ganas de conocer a Mia… Yo ya estaba agotada. Volvieron a revisarme y ¡sorpresa! No había dilatado NADA! (Qué ilusión) Eso sí, tenía el cuello del útero ya completamente borrado, por lo que la dilatación debía comenzar de manera inminente.
Aguantamos un poco más, yo ya casi no podía ni abrir los ojos… La intensidad de las contracciones era muy fuerte y a veces no me veía capaz ni de ni de coger aire profundamente cuando notaba que venían. Las horas pasaban volando pero a la vez se nos estaba haciendo muy largo. Es difícil de explicar. Amaneció un nuevo día. Ya era 6 de febrero. Y luego dieron las 8 y las 10… volvieron a explorarme y había dilatado 4 cm (Yuhuuuuuu), así que por fin pasábamos a paritorio. A la pregunta «¿quieres la epidural?» yo dije ¡¡SIIIIIIII!!. Siempre había dicho que intentaría aguantar todo lo que pudiera y probaría analgesias alternativas antes de ponérmela porque, como ya he comentado en alguna ocasión, me dan pánico las agujas y creo que la de la epidural es una señora aguja que no tenía ganas de conocer… Tenía que estar muy quieta y temía que si me venía una contracción en ese momento no sería capaz de no moverme porque eran muy fuertes y me retorcía. Pero sin saber muy bien porqué, durante todo el tiempo que necesitaron para ponerla no tuve ni una sola contracción. Ni me moví. Casi ni respiré. Y al final no fue para tanto. La sensación es como de un calambre en la espalda pero muy leve. Te ponen un catéter conectado a una máquina que te va suministrando la dosis de epidural necesaria para mantenerte en el cielo… Sí, a partir de ese momento todo fue un camino de rosas… ¡Vivan las drogas!
Ya eran las 12:30h del 6 de febrero. Habían pasados 18 horas desde que salimos de casa.
Las contracciones se espaciaron un poco en el tiempo, algo normal al poner la epidural. Así que empezaron a administrarme oxitocina. De repente la enfermera pulsó el botón de alerta y entraron en la sala varias enfermeras y matronas. Las pulsaciones de la bebé bajaron un poco. Nos pusimos en lo peor. Pero actuaron rápido, me movieron la tripa y a la bebé desde dentro para reanimarla y todo se solucionó en un segundo. Luego nos comentaron que era algo normal, pero el susto no nos lo quitaba nadie.
Después de esto, pasaron varias horas en las que aproveché para dormir y descansar. Las contracciones seguían siendo constantes y regulares. Notaba como se me tensaba la tripa pero ya no dolían. Lo bueno es que seguía pudiendo mover las piernas y todo. Yo pensaba que con la epidural te quedabas totalmente inmóvil de cintura para abajo, pero no es así. Solo se elimina la sensibilidad y con ello el dolor.
A las 15:30h empezamos a empujar pero la bebé no terminaba de encajarse. ¡Al menos pudimos ver qué era morena! Primera noticia para la familia, a la que Antonio iba retransmitiendo todo el proceso a través de whatsapp: «¡Es morena y tiene mucho pelo!«. Así que seguimos con la oxitocina un rato más dejando que ella misma gracias a las contracciones, fuera bajando y saliendo sola. Fui cambiando de postura, girada de ambos lados, boca arriba, porque hay posturas que hacen que esté más cómoda y salga más rápidamente. En uno de es0s giros, a pesar de tratar de mantenerme mona, ppppfffff pedete en la cara de la matrona. Vergüenza máxima. El personal médico, muy profesional por supuesto, me dijo que era algo muy normal por tener la epidural.
A las 17:30 volvimos a intentarlo. Me preguntaron si quería ver nacer a nuestra pequeña y me pusieron un espejo para no perder detalle. Antonio estaba a mi lado, todo el rato. Con cada contracción tenía que coger aire y sin soltarlo, empujar con todas mis ganas. Era duro pero había recuperado un poco las fuerzas y eso junto con las ganas que tenía ya de ver su carita, me ayudaron a sacar fuerzas de lo más profundo. A pesar de tener la epidural, podía sentir perfectamente como intentaba salir. Pero no sentía dolor. Empujamos durante media hora y por fin a las 18h nació nuestra pequeña Mia.
Nada más salir, me la pusieron sobre el pecho, piel con piel. No nos lo podíamos creer.. por fin estaba ahí con sus ojos abiertos, mirándonos… Era nuestra hija.
Estuvimos en el paritorio piel con piel unas dos horas en las que al principio terminaron de sacarme la placenta, cosa que yo no quise ni ver, pero Antonio si que la vio. (Si alguien tiene alguna duda, que le consulte a él). Nada de lo que pasa después de salir Mia duele, aunque si se siente. Me pusieron solo un punto por un pequeño desgarro, pero no tuvieron que hacerme episiotomía. ¡Parece que los masajes perineales con rosa mosqueta funcionaron! También aprovechamos para intentar que cogiera el pecho en esas primeras horas de vida. ¡Y así lo hizo!
En pocas palabras puedo decir que fue algo increíble. Toda una experiencia que me pareció alucinante. Muy dura pero realmente maravillosa y mágica.
Quería hacer una mención especial a todo el personal sanitario y médico del Hospital Universitario Rey Juan Carlos por el trato y la profesionalidad con la que fuimos atendidos. Tienen muy interiorizada la filosofía del parto humano y lo hacen todo muy natural y fácil. Gracias a todas las enfermeras, matronas, pediatras y celadores que se ocuparon de nosotros todas las horas que estuvimos ingresados. No puedo recordar los nombres de todos porque vivimos varios turnos, pero GRACIAS a todos. Sin duda, si volvemos a ser papás en un futuro, será de nuevo allí.
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