La nostalgia por los años 80 vuelve a nosotros cada cierto tiempo como cuando encendemos la radio y sin esperarlo vuelve a sonar aquella canción de Mecano que tanto nos gustaba. Quizás no llegaste a vivirlos pero te han contado y has visto tantas cosas sobre ellos que podrías jurar haber estado allí. Las pintas de aquellos valientes aún siguen inspirándonos y, aunque hoy en día ni por asomo seríamos capaces de salir así a la calle, sabemos que fueron unos años tan grandes que merecen ser recordados siempre. El decenio de la transgresión. La oportunidad de violar todas las leyes, estatutos y preceptos llegó como una explosión que alcanzó en masa a toda la sociedad. Los colores, los accesorios y los peinados que se vistieron durante esta época eran el uniforme de un espíritu rebelde que pedía a gritos un cambio. Las ganas de ser los primeros en probar cosas nuevas y contar lo que hasta entonces nadie se había atrevido a decir, hizo que nos convirtiéramos en extraterrestres.
Como si la Tierra hubiera empezado a girar sobre sí misma a toda velocidad, el tiempo se aceleró y en una misma década fuimos testigos de grandes logros y pérdidas en la historia del ser humano. La Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín, el accidente de Chernóbil, la guerra de las Malvinas, los primeros casos de SIDA, el asesinato de John Lennon o, sin irnos más lejos, la movida madrileña. Los ojos se nos enrojecieron a causa de los primeros videojuegos y gracias a MTV empezamos a mover la tibia y el peroné como en los videoclips de nuestros artistas favoritos. Sin tener constancia de que fuera posible, creímos en la vida en otros planetas y para corroborarlo creamos a E.T. y a Alf. La imaginación no tenía límite y de ahí salió la fórmula de los míticos años 80: creer y crear.
La moda fue una de las vías de escape a toda esa creatividad imparable. Las formas de vestir eran tan variadas como las corrientes y las tribus urbanas que plagaban las calles. El gusto por lo artificial y lo plástico se llevó a la práctica con prendas llenas de colores vivos, estampados estrambóticos, cuero y látex. Los primeros tonos fosforescentes hicieron de nuestro fondo de armario una zona radioactiva. Tales eran las ganas de ponerse todo a la vez que mezclar complementos estaba más que permitido; la preocupación de perder tu par de pendientes favorito había desaparecido. Los extremos no existían y por mucho que pensaras que ibas demasiado recargada, nunca era suficiente.
Los tejanos fueron los encargados de vestir las piernas de toda una generación enamorada de la moda juvenil. El modelo 501 hizo de Levi’s una empresa imbatible, pues tener una prenda de la marca era el requisito fundamental para demostrar que estabas a la última. Un tejido capaz de adaptarse a cualquier situación gracias a su resistencia fue el motivo por el que se convirtió en una pieza obligatoria en todos los armarios. Los vaqueros se hicieron tan populares que no tardaron en aparecer versiones lavadas en ácido o con agujeros y deshilachados.
La extravagancia llevada al extremo fue la perdición de las mujeres más coquetas. Los poros de la piel dejaron de respirar por culpa del maquillaje en exceso. El pintalabios rosa quedó grabado en la mejilla de más de un hombre tras un beso indiscreto y el colorete disimuló la timidez —si es que quedaba algo de eso— de quienes se atrevieron a darlo.
Lo artificial también llegó a las melenas de todas aquellas que alguna vez soñaron con tener el pelo ondulado. La permanente hizo de las peluquerías laboratorios y la laca hizo que todos esos experimentos duraran el tiempo suficiente como para ser lucidos en la pista de baile. La discoteca fue el lugar donde poner en práctica todo lo aprendido con Flashdance. Los tops, el cuero, las hombreras y las lentejuelas hacían imposible moverse con naturalidad durante aquellas coreografías improvisadas. Mientras todas las chicas ponían sus ojos en los estilismos de Madonna, la mítica chaqueta roja que Michael Jackson lució en Thriller se volvió omnipresente en el vestuario de los hombres. El Rey y la reina del pop se convirtieron iconos de moda para los jóvenes de todo el planeta.
España también supo hacerlo a su manera. La visión americana imperó a nivel mundial pero la capital de nuestro país fue un hervidero de tendencias que ni el mismísimo Andy Warhol pudo obviar. Una de las figuras más representativas del Pop Art tuvo el placer de vivir la movida madrileña en sus propias carnes. Frotando la Bola de Cristal vienen a nuestra mente la estética de Alaska y Los Pegamoides o la unión de Fabio McNamara junto a Pedro Almodóvar. Obviamente hablamos de uno los casos más extremos de toda esta época pero ¿no fueron eso los años 80?