Matches del pasado: Álvaro

¿Sabes esa persona que es tu gran debilidad? ¿Esa a la que siempre vuelves sin entender la razón que te lleva a ello? Pues de esa de la que yo intentaba alejarme con toda mi buena voluntad, estaba progresando poco a poco, pero el destino quiso que me apareciera en Tinder. ¡Qué puta es la vida!

La historia con Álvaro se remonta ya a unos 4 años mal contados. Nos conocimos el verano de 2015 en un precioso viaje en crucero por el Mediterráneo, al que fuimos con nuestras respectivas familias. Intentando hacer la historia corta y rápida, os diré que fue una semana maravillosa, de esas veces que te salen arcoíris y unicornios por cada poro de tu piel, donde todo es maravilloso, lo pasas en grande, te diviertes y conectas con una persona como nunca en tu vida. Y encima el muy cabrón sabe cómo jugar. 

No me enamoré hasta las trancas porque no me dio tiempo en una semana, pero me llegan a dar un poco más y le pido matrimonio allí mismo. Por desgracia, el viaje acabó y con el corazón latiendo fuerte nos despedimos dudando volver a vernos algún día, ya que vivíamos en ciudades distintas. 

Seguimos manteniendo el contacto durante un tiempo, y siempre que hablábamos se notaba la chispa, la conexión especial que teníamos. Por casualidades de la vida mis amigas deciden irnos a celebrar mi cumpleaños al norte de España, y justo vamos a su ciudad (casualidad, lo juro). Avisé a Álvaro que iría para que me recomendase sitios, y sí, obviamente nos vimos. Había pasado un año desde que nos habíamos conocido, y os puedo prometer que la química era la misma que se respiraba entre ambos por aguas mediterráneas. Recordamos historias que vivimos juntos, reímos y nos besamos mucho. 

Yo volví a Madrid y él se quedó en el norte, sin promesas, solo con un “hasta la próxima” en los labios y un “ojalá” en la mirada. Mi vida siguió normal desde entonces, vuelta a la rutina de universitaria, ya que ninguno nos planteamos tener nada entre nosotros. De vez en cuando recibía algún mensaje suyo, y siempre el mismo tonteo encantador. Hasta que un día de junio, celebrando con una cerveza el fin del último examen de la carrera, lo veo aparecer. Así, sin más, caminando hacia mi con una sonrisa y una maleta.

Se me helaron hasta las pestañas y mi cara era un poema, un cuadro, un “pero qué narices, ¿de dónde sales tú?” en toda regla. Cuando me recompuse y le saludé, me explicó que estaba aquí ese fin de semana, que había sido muy precipitado y que había llegado justo en ese momento. Él siguió su camino y yo tuve que explicarle a mi amiga esta historia que os cuento para que entendiese por qué había puesto esa cara de susto y por qué ahora no se me quitaba la sonrisa de tonta ni a leches.

Nos vimos ese viernes, y mientras brindábamos con algunos amigos (suyos, yo conmigo me bastaba, y esperaba quedarme a solas con él en algún momento) yo me planteaba qué es lo que tenía para que me encantase tantísimo. Verdaderamente, no es un chico fuera de lo normal, es mono pero sin ser Jon Kortajarena, es gracioso pero a veces un poco Peter Pan, podía hablarte de lo que fuera, besaba que… en fin. Sí que tenía muchos pros, pero no como para que yo me pusiera cardíaca al verle. Sobre todo, si tenemos en cuenta que cuando le veía era de año en año y de casualidad. Al final de la tarde nos despedimos sin saber cuándo volveríamos a coincidir. 

Mantuvimos alguna que otra conversación por chat, poca cosa en realidad, pero mis neuronas se revolucionaban cuando ocurría. Un sábado de enero, unos meses después de nuestro último encuentro, me levanté con un mensaje de Álvaro, mandando a las 5 am: “Hola Maca”. A ver, que aquí por muy romántica que sea una, tampoco es idiota del todo. Viernes de madrugada y ese mensaje de un niño que sabe que te mola… las intenciones cristalinas. Hablé con él todo el sábado (y el domingo, y el lunes, y el martes…) y me contó que se había mudado a Madrid hacía dos días. Es decir, ¿se muda el jueves y el viernes de fiesta piensa en mí? ¿Esto qué significa?

Le propuse algunas veces que nos viéramos, pero por H o por B era complicado. Complicado hasta que “casualmente” coincidimos en la misma discoteca. Y eso que ninguno iba a salir hasta que empezamos a mandarnos mensajitos… El resumen de esa noche es que seguía besando igual de bien, no había perdido su toque en el juego, y estaba hasta romántico. Imaginaos que yo ya estaba con la pepita palpitando y el corazón dando palmas de alegría, pero algo llamado cerebro me decía que hiciera el favor de bajar de las nubes.

Cerebro tenía razón, a pesar de haber estado de maravilla con Álvaro una vez más, volvió a desaparecer. Me gusta pensar que es un “tío Guadiana”, es decir, aparece y desaparece de tu vida sin darte cuenta. Durante estos 4 años mi historia con Álvaro se resume así: cuando aparece te aporta frescura, energía y calma la sed, pero cuando desaparece ya puedes buscarle que no está disponible (para ti). 

Durante el verano tuvimos alguna que otra conversación. Sí, lo confieso, era yo quien escribía primero. Al final una tiene sus sentimientos y no se explica cómo puede molarle tanto un tío y decide ver si hay oportunidad de futuro. Además, él siempre me contestaba al momento (literalmente al jodido momento), así que eso me confundía aún más. ¿No me escribe primero pero luego tarda 1 segundo en contestarme? ¿Este qué juego es? Porque para mí no era un juego, y si lo fuese ya le habría enseñado a jugar. Que a las buenas soy un ángel, a las malas la reina del infierno.

Como venía siendo costumbre durante los últimos años (y yo seguía con la inmensa tontería encima), esas conversaciones sacaban nuestro lado ligón, ese que se dedica a vacilar, tomar el pelo, tontear… Como decían nuestros abuelos: pelar la pava. Para ser sincera, que es de lo que se trata, tuvimos una conversación en concreta, allá por finales de agosto, de lo MÁS caliente. Yo no sé si era el verano, mis hormonas, Álvaro o qué, pero aquello estaba que echaba humo. No hubo fotos, pero sólo con palabras consiguió dejarme con muchas ganas de más.

Volvió algunas veces a pedir más fuego, pero yo no quería eso. ¿Tan raro es querer una cita normal? Que siempre se puede ir a más, pero los románticos tendemos a confundir intimidad física con intimidad emocional. Yo soy verdaderamente incapaz de separarlas, y no puedo acostarme con un tío con quien no tengo esa afinidad emocional.  

Llegó un día en el que decidí que no quería seguir jugando a este “ni contigo ni sin ti”, por lo que cuando Álvaro volvió (porque sí amigas, siempre vuelven, y si no me creéis, dadle tiempo al tiempo) le dije que se había acabado la partida. Que no buscase fuego donde sólo quedaban los restos de un incendio.

Mi gran problema con Álvaro siempre fue que desde que se mudó a Madrid pensé que podríamos tener una oportunidad. Ya que nos había ido tan bien en alta mar, debía intentarlo en tierra firme. Era un bucle horrible: cuando conocía a alguien, por estupendo que fuera, Álvaro siempre volvía a mi mente. Creía verlo entre la gente, soñaba que escribía y que nos volvíamos a ver. Pero siempre fue un fantasma para mí.

Cuando, después de toda esta historia, yo estaba consiguiendo olvidarme de él a duras penas, me apareció entre los perfiles de Tinder de la manera más imprevista. Y como tonta se nace, quemé mi último cartucho con él. Volvimos a hablar un poco por esta otra red, pero me di cuenta rápido de mi estupidez emocional. Álvaro no me aportaba nada en mi vida desde hace más de 4 años, solo dolores de cabeza y ardor interior. Así que, haciendo lo único inteligente que se me ocurrió, corté por lo sano. 

Hombres hay más que botellines, no nos empeñemos en aferrarnos a una cerveza recalentada y sin sabor. 

Siempre vuestra, 

Tinderella.  

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