Líbido, ¿dónde te has metido?

Estoy casi segura de que el día que di a luz, además de salir un bebé y la placenta, se me escapó la líbido con maleta para más de un fin de semana…
Si, efectivamente. Ese pensamiento hot, esa necesidad fisiológica que a veces tanto achucha, de repente desapareció. Ya me avisaron que esto podía pasar pero yo pensaba que era una exageración.
Se podría decir que las relaciones íntimas en una pareja con hijos pasan por varias fases:

Fase conejil
Al principio, si lo que te has planteado es jugar para ganar y que te toque el gordo, evidentemente hay que intentarlo muchas veces seguidas. Vamos, lo normal.

Fase «espacio protegido«
Un día te enteras que estás embarazada y entonces te conviertes en estatua de cristal y te da miedo casi estornudar, no sea que algo salga mal. Así que las expediciones turísticas por la gruta de las maravillas quedan canceladas hasta próximo aviso…

Fase «ni con un palo«
Incluso se comenta que hay una etapa en la que algunas mujeres al ver a su marido piensan eso de «contigo no, bicho«. Vamos, que no te dejas tocar ni por Wifi. No ya por miedo, sino por pura repulsión. Todo gracias a nuestras queridas amigas las hormonas. A mí eso no me pasó, por suerte para Antonio que hasta el día de hoy no me ha dado ninguna arcadita Jajajaja.

Fase «con bombo y a lo loco«
Luego está ese momento en la recta final del embarazo en el que parece que vuelven las ganas de mambo y hasta con el bombo te ves capaz de hacer como en «9 semanas y media» aunque estés de 28 semanas y tres cuartos… Tiene sus complicaciones pero también su yoquesé que queseyó. Además es una maravillosa manera de tratar de provocar el parto cuando ya estás en fecha…

Fase postparto
Y bueno, tras el parto y la cuarentena (y un poquito más) sentía miedo de no estar preparada para volver a las andadas. Me sentía muy… Like a virgin! Al principio desde mi desconocimiento pensaba que la cuarentena se me haría eterna (40 días sin «yatusabesmiamol«…) pero luego te surgen dudas y piensas que puede que las reformas del patio interior aún no hayan acabado. Así que alargas un poco las visitas. No quieres que te pillen con todo por medio y lleno de escombros.
A esto había que añadir que no me sentía nada sexy. Mi cuerpo había sufrido una transformación bastante heavy pero aún así se había recuperado muy bien. Más bien era porque tenía complejo de máquina de vending de bricks de leche materna… y eso es muy duro. Mujer objeto total. Y en este campo es donde me he vuelto a encontrar una pequeña incompatibilidad entre la lactancia materna y el chucuchú del tren. Ahora es él quien puede decirte: ¡contigo no, bicho!. Y con toda la razón. Se han visto escenas eroticas con fresas, nata… pero… que te chorree leche materna en la cara debe ser como poco pringoso. Que conste que respeto (y admiro) a aquellos que eso les parece erótico. ¡Eso que se llevan! Pero no es nuestro caso…

Además la rutina se convierte en una pesada losa. Empiezo el día un poco agotada por no haber dormido del tirón toda la noche, y entonces se acumulan una serie de catastróficas desdichas que me tienen todo el día ocupada, para arriba y para abajo. Niña que llora, sácate la leche para luego, hay que limpiar el baño, hay que regar, mandar un par de mails, la niña se pone perdida de caca, hay que poner una lavadora, Amy quiere salir a pasear, preparamos la cena…
Llegaba la noche, Mia por fin duerme. Antonio descorcha una botella de vino y con gestos sensuales acabamos en el sofá, mirándonos fijamente a los ojos y ¡plaf! Dormidos… no podemos con nuestro cuerpo. Hemos visto el comienzo de una decena de películas que no sabemos cómo acaban. Y cuando digo comienzo, en algunas no hemos pasado de las letras del principio… Muy triste.
¡Pero hay esperanza!  Todo se trata de una fase de adaptación a los cambios de horarios y rutinas. Por suerte, llega un día que empiezas a despertar de nuevo y de repente eres la prota de 50 sobras de Grey y quieres hacerlo todo el rato, en cualquier sitio y probar una a una todas las posturas del kamasutra pero claro… en silencio. Recordemos que ahora compartimos cama con un retoño adorable que duerme en colecho desde las 9 y media de la noche.
Bueno, siempre nos quedará el sofá… ¿o era París?
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