Primera cita, domingo: Lucas

Érase una vez, un domingo de marzo en Madrid, nuestra princesa se había despertado resacosa y con el maquillaje estropeando su cara, oliendo a una mezcla curiosa entre ginebra y Marlboro. 

Como veis, no soy ninguna princesa, ni quisiera serlo, a decir verdad, qué vida tan aburrida. Después de prepararme un café cargado y darme una buena ducha me encontraba limpiando mi mansión de 30m2, cuando me llama un amigo (también resacoso) para irnos por La Latina a comer al sol. Hasta las 19h que había quedado con Lucas Bumble no tenía nada mejor que hacer, y como no soy de perderme planes, allá que me fui yo muy digna en una moto eléctrica de las que se comparten por la capital. Lo que viene siendo desprender glamour vaya. 

De la cita en sí tenía entre ninguna y muy pocas ganas. Había hecho bzzz con Lucas el viernes por la noche, y como a mí no me gustan las típicas conversaciones de “hola – qué tal- de dónde eres – estudias o trabajas – qué buscas por aquí”, soy más de hacer preguntas extrañas, siguiendo mi línea de cómo ligar por internet y no morir en el intento. En este caso le escribí “Hola Lucas! Si tuviera que preguntar a tu mejor amigo por ti, qué me diría?”. Me podía esperar cualquier cosa, pero sorprendentemente me reí bastante con la conversación que siguió:

  • Lucas: “jajajaja ¿Sinceramente? Que estoy un poco loco y que huyas de mí. Pero te diría que no le hagas caso, acabo de venir de cenar con él y su novia y con el vino puede decirte cualquier cosa”
  • Maca: “Pero a ver, loco del tipo que tengo que llamar a la policía o loco del tipo persona fuera de lo normal? jajaja Pues a la siguiente me llevas y no te dejan de sujetavelas”
  • Lucas: “Eso es un trato! Te lo pasarías bien jajaja Loco de haber hecho alguna locura, pero nunca tendrás que llamar a la policía por mí. ¿Y qué me diría tu amiga de ti?”
  • Maca: “Que estoy como una cabra, pero me hago de querer al final”

Me pareció bien, y por las fotos parecía un chico mono. Como ya sabéis, el físico me influye, no nos vamos a engañar, pero a mí se me conquista con la labia natural. Con esto no quiero decir que me crea a cualquiera que me venda la moto (o sí, según reinen las hormonas o las neuronas ese día), que a esos ya los veo venir de lejos, pero si la conversación fluye y me parece interesante es un punto muy positivo. Hablamos un poco sobre nuestra vida laboral, estudios y plan de finde, pero saliendo de los esquemas típicos de pregunta-respuesta estipulados y aburridos hasta la saciedad. Era una conversación muy fluida. Bien, bien. 

Al final me acabó dejando su número el viernes por la noche, de una manera muy natural: “Escucha te dejo mi tlf si te apetece seguir hablando estos días +34XXXXXXXXX”. Lo leí antes de acostarme, pero pensé que mejor le escribía por la mañana directamente, y al ver que no le contestaba ni nada en todo el sábado el pobre chico volvió a escribirme con un “¿te asusté con lo del teléfono o qué?” y un emoji divertido (yo creo que cerciorándose de si le había hecho un ghosting), pero la verdad es que el sábado tuve un día de no parar y hasta que no llegué a casa apenas miré la app. Me hizo gracia así que le escribí directamente al wpp: “Hola Lucas! Soy Maca, de Bumble. Y no, no me asustaste jajaja Es que acabo de llegar a casa perdona, he tenido un día movidito”. Charlamos un poco sobre nuestros respectivos días y me dijo “Oye, mañana o esta semana te apetece tomar una copita de vino tras el trabajo? Me voy el jueves a Bruselas pero me gustaría tomarme algo contigo antes, que volveré pronto ^^«. 

Tras su propuesta de quedar el domingo y aceptarla, así me encontraba yo, con un par de amigos al sol en plena Malasaña. Ellos iban luego al cine y yo había quedado con Lucas, así que para no quedarme sola mucho tiempo le propuse adelantar la hora de quedada. Le advertí que no buscase a una chica con el pelo largo (en las fotos lo llevaba por la cintura prácticamente), ya que lo había donado hace unos meses y ahora lo llevo por encima de los hombros. 

Llegó unos minutos tarde, pero se lo permitimos.

Como os decía, tenía muy pocas ganas de quedar, ninguna ilusión, pero como no tenía nada mejor que hacer me decía a mí misma que debía quedar por el rigor científico de mi particular estudio de mercado. Según le vi aparecer se me revolucionaron todas las hormonas. Todas y cada una de ellas. Me encontré con un chico alto (de los que me pierden), vestido con una chupa de cuero, casco de moto incluido y una sonrisa arrebatadora. En cuanto cruzamos la mirada y me sonrió pensé que quizás podía sacar partido a la cita. 

Nos dimos los dos besos de rigor y me propuso tomar algo por el centro. Acepté y nos encaminamos hacia su moto. Yo no soy así, soy mil veces más responsable y precavida, no me voy montando con desconocidos en vehículos ajenos, pero se ve que mis neuronas estaban de resaca aún, o borrachas, porque lo hice sin pensarlo dos veces. Gracias a Dios sé montar en moto, porque aquella era una señora moto en condiciones. Suelo sujetarme a los agarres laterales, pero en esta ocasión no le di más vueltas y me agarré al muchacho motero que acababa de conocer. 

Aparcamos cerca del Congreso y cogimos una mesa alta en uno de los bares que vimos. Aún hacía sol y buena temperatura, por lo que podía fumar tranquilamente en la terraza, aunque él no fuma y me controlé un poco para no molestarle con el olor (apuntar que él no me dijo nada ni me dio a entender que le molestase, pero por educación tiendo a no fumar cuando mi acompañante no fuma, o al menos a no echarle el humo en la cara). Él pidió vino blanco, yo soy fiel a la cerveza. La conversación fluía, era como si fuésemos viejos conocidos, y nos contamos un poco nuestra vida. Él vive en Bruselas por trabajo, aunque viene bastante a España y a veces alarga el finde trabajando desde casa. Esta vez iba a quedarse hasta el jueves. 

¿Sabéis esa sensación de estar muy a gusto con otra persona…?

¿…que eres tú misma, que te ríes, que das tu opinión, que estás completamente cómoda? Pues así me encontraba yo. Bastante bien tirando a de lujo. Quién me lo iba a decir unas horas antes… 

Pagó la primera ronda, y cuando se nos acabaron las bebidas ambos quisimos otra. Tres rondas en total, y aún así no teníamos intención de irnos a casa todavía. En estas situaciones suelo ser precavida y dejarle al chico decidir, que sea él quien proponga otra ronda, otro plan, o terminar la cita. No es que sea antigua, pero como soy muy peliculera y me gano el Oscar a mejor guion en un momento, prefiero ver qué hace la otra persona y así aferrarme a hechos para poder decir “era él quien decía de seguir” y no volverme loca de remate. Bueno, más de lo que ya estoy. 

El tiempo se nos había echado encima y me propuso cenar algo. ¿Cena en la primera cita? Oh my gosh yeah! Esto tiene muy buena pinta, ¡aún no le he espantado! Volvimos a montar en la moto y nos dirigimos a la zona de Colón, eligiendo él el sitio. La verdad que mejor así, soy bastante nula recordando sitios en frío y se me da fatal… así que como él estaba encantado de enseñarme Madrid le dejé tomar las riendas. Su primera opción estaba cerrada, pero la segunda fue… fue rara. 

Era un italiano pequeñito, muy acogedor, con los típicos manteles a cuadros, paredes rojas y luz baja. Era un sitio precioso sin duda, pero todo su ambiente llevaba el romanticismo por bandera. No me entendáis mal, yo feliz, pero claro, teniendo en cuenta que soy una romántica empedernida, en una primera cita, que he congeniado con el chico, y encima me lleva a cenar a un sitio así… pues claro ya sólo era una hormona andante. No es que me hubiese ilusionado, no… poco más y estoy pidiendo cita para el vestido de novia. 

La cena fue muy buena (la comida también) y lo disfrutamos.

Pero aquí ya empecé a sacarle dos defectos: el primero es que no tiene unos buenos modales a la hora de comer, y el segundo que no le gusta el queso (¡¿cómo voy a fiarme de una persona que detesta el queso?! Yo, que podría alimentarme a base de queso toda mi vida). Lo de los modales en la mesa es que lo llevo muy arraigado desde pequeña, suficientes collejas me he llevado de mis padres por poner los codos en la mesa o coger los cubiertos mal. No es que Lucas hablase con la boca a rebosar, pero eran detalles, y mi abuela siempre me ha dicho “en la mesa y en el juego se conoce al caballero”. Pero bueno, el chico no podía ser perfecto, y puestos a elegir prefiero este defecto a otros (que siempre hay tiempo para aprender, ahí estaba Julia Roberts en Pretty Woman haciendo un intensivo y nadie lo notó). 

Es algo curioso en mí, pero además de fijarme en la mirada y la sonrisa de una persona, siempre me centro en cómo trata a los camareros. Me parece que el trato que se le da al camarero que te atiende, al taxista, o alguien que te está prestando cualquier tipo de servicio define muy bien a la persona. Es una cosa que no puedo evitar, y dependiendo cómo sea la actitud me formaré una opinión u otra. Pues bien, ahí Lucas sobresaliente. Este chico parecía acercarse mucho a mi chico perfecto, y eso tiene graves consecuencias para mí porque como os habréis dado cuenta me ilusiono en lo que canta un gallo. Eso sí, también me paso a la desilusión a la misma velocidad. 

Pagamos la cena a medias ya que lo propuse así. No es que yo insistiera o él se hiciera el loco, sencillamente dije “pagamos a medias, ¿vale?”, y aunque se le veía con intenciones de invitarme no se opuso ni hizo ningún numerito al estilo macho alfa que confunde caballerosidad con estupidez. Habíamos disfrutado de nuestros respectivos platos, y aún así no teníamos ganas de irnos a casa todavía. Se me hacía bastante raro, estaba fluyendo quizás hasta demasiado bien en lo que llevábamos de cita, era un chico normal (lo cual no es tan común hoy en día), agradable, comunicativo, divertido y atractivo. Y lo mejor de todo es que aún no había salido corriendo. Es más, me propuso ir a Habanera a tomar una copa, sabiendo que yo no lo conocía y lo tenía en mi lista de sitios pendientes a los que ir. Adorable. 

El sitio es bastante chulo para quien no lo conozca, nos hicimos un hueco en una de las barras donde había poca gente y podíamos seguir charlando a gusto. Nos sentamos en los taburetes altos, para mí ginebra con limón, para él con Sprite. Charlamos un poco de todo, y cuando le comenté que este año bajaba a la feria empezó a bromear con venirse. La broma fue pasando a ser menos broma y al final acabamos medio haciendo un trato. 

Él vive en Bruselas y es cierto que yo llevo tiempo queriendo ir a conocer bien la ciudad, así que él también acabó invitándome. El problema es que hasta mayo tengo los fines de semana a tope, pero aún así insistió, y como cobro una miseria también propuso pagar él parte del billete. Yo, a todo esto, flipando en colores como os imaginareis. Que podrá estar vendiéndome la moto y lo que queráis, pero qué le voy a hacer si yo soy así, de primeras confío en que la gente dice la verdad. Presunción de inocencia hasta que se demuestre lo contrario. 

Cada vez estábamos más cómodos y ya se notaba que había atracción de sobra.

El contacto físico iba aumentando, que si me tocaba la pierna, que si me tocaba la mano… lo que viene siendo ligar de toda la vida de Dios. Y yo, qué os voy a decir, claro que estaba encantada (por no decir alguna burrada). La conversación, las risas y el vacile cada vez era mejor, y llegó el momento culmen de toda cita: EL BESO. Para mí esto es fundamental, la forma de besar se educa, claro, pero más de una vez se me ha caído un mito porque no nos compenetrábamos en el beso (y ya ni pensar en más allá). Para mi inmensa alegría, que ya estaba dando palmas con las orejas, Lucas resulta que besa de maravilla. Del modo exacto que me gusta a mí. ¿Podía tener más suerte? 

Y eso no es todo. Lo mejor de todo, lo más mejor (que ya sé que está mal dicho, pero es que era la leche en polvo y hay que intensificar), es que me dice “llevaba tiempo queriendo besarte, pero me lo estaba pasando tan bien contigo y la conversación era tan interesante que no quería que terminase”. ¿Hola? Vale ahora ya sí, tenía las bragas totalmente desintegradas. Este chico me acababa de conquistar hasta el fondo. Claro, yo ya loca de ilusión. Nos pedimos una segunda copa, porque de verdad que estábamos la mar de a gusto y no había quien nos separara, pero por desgracia al día siguiente era lunes y encima yo empezaba a trabajar en un sitio nuevo, no era plan de llegar con sueño y resaca el primer día. 

Llegó la hora de irnos.

Cuando le pregunto que hacia dónde va (recordemos: él llevaba su moto, y aunque está genial que a una la lleven a casa, yo soy ante todo educada y si no se ofrecen o no les pilla de camino pues no pasa nada que para eso soy una mujer independiente) y su respuesta ni más ni menos es “pues a llevarte a tu casa, claro”. Yo le digo que no hace falta, que él vive en la otra punta, blablabla, pero nada, me dice que nanai, que qué menos que me lleve a casa después de la noche tan buena que le había hecho pasar. Tengamos en cuenta que yo ya tenía una sonrisa permanente de oreja a oreja. 

Mirad, soy una exagerada y en ese momento yo era toda una hormona andante, pero viéndome con Lucas, un chico estupendo y maravilloso, en esa moto por una Castellana desierta, y después de una cita increíble… estaba muy jodida, ya me había ilusionado y no habían pasado más de 7 horas. En pleno trayecto, aprovechando un semáforo en rojo en el que podíamos escucharnos, me dice “sé que es un poco precipitado, pero me gustaría verte antes de volverme a Bruselas el jueves. ¿Te parece si quedamos mañana o el martes?”. Le contesté que claro, íbamos viendo a ver qué plan teníamos, como si la cosa no fuese conmigo, yo con toda mi tranquilidad que desconozco de dónde salió, porque habría gritado un “siiiiiiiiii” a pleno pulmón, pero me controlé no sé ni cómo. Debió despertar la única neurona que me quedaba viva. 

Me dejó en la puerta de casa y nos despedimos. Al subir a mi cuarto estaba verdaderamente feliz, había sido una cita increíble y sin importar dónde nos llevase eso, el buen rato y el conocerle me lo iba a guardar para siempre. 

Continuará…

Siempre vuestra, 

Tinderella.

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