Primera cita, lunes: Lucas

De verdad os digo, uno de los mejores lunes de mi vida, sin contar los de vacaciones. En resumen, había tenido una cita increíble la noche anterior, había empezado un nuevo trabajo que tenía pinta de encantarme, y estaba poniéndome guapa para volver a quedar con Lucas. No sé, ¿es esto el Olimpo? 

Como cualquier mujer sabe, las amigas son un elemento clave a la hora de conocer a un chico. Yo es verdad que no tengo muchas amigas, pero las que tengo son increíbles, y por eso nuestro grupo de wpp estaba que echaba humo ese lunes. Aquello era un gallinero, todas hablando a la vez, queriendo saber todos los detalles, poniéndose a investigar en redes sociales mejor que cualquier agente del FBI, y haciéndome preguntas que ni yo misma me había planteado. 

Aunque Lucas tenía que trabajar desde casa dijo que fuésemos a cenar, y así nos veíamos y ya luego si eso él seguía trabajando. Yo encantada de la vida, para qué os voy a mentir. Me puse unos vaqueros que me sientan de escándalo (en realidad no me sientan tan bien, pero si una no se anima es porque no quiere), unos botines de tacón ancho, un jersey suelto y mi chupa de cuero negra. Yo malota.

Siendo sinceras estaba nerviosa, pero de estos nervios buenos que te entra un noséqué en la tripa y que no paras quieta y que sonríes todo el rato. Estaba idiota total. Mientras le esperaba (porque sí amigas, soy super puntual y previendo un desastre de última hora empecé a prepararme sin saber a qué hora habíamos quedado para que no me pillase el toro) comenté con mis amigas el panorama de la noche anterior, y todas me desearon la mejor de las suertes, me inspiraron aún más confianza en mí misma y ganas de comerme el mundo. 

Me recogió caballerosamente en la puerta de mi casa, con su increíble moto. Estoy segura de que todas podéis adivinar el dilema que me preocupaba mientras bajaba en el ascensor: “¿cómo le saludo?”. La respuesta lógica y coherente me la sé de memoria, eso de decirse “como surja” es muy sencillo, pero plántate tú con los nervios de una segunda cita delante del muchacho a ver qué pasa. Que no, que yo soy muy dramática, y aunque la edad me va quitando tontería con los años, sigo siendo una adolescente hormonada. Por suerte he aprendido a disimular los nervios, o eso quiero creerme yo, y cuando llegué junto a él (que, por cierto, estaba arrebatadoramente guapo) sencillamente dejé que fluyera el saludo y fue un beso bastante bonito. Soy una ñoña, no me crucifiquéis, pero tengo derecho a serlo un tiempo por lo menos. 

Debatimos sobre a dónde ir, porque, aunque se suponía que se encargaba él de pensar un sitio se le había ido el santo al cielo y aún no había encontrado ninguno. Yo fui de muy poca ayuda, porque cuando tengo que pensar bajo presión sólo aparece un fondo blanco con una línea negra, cero conexiones neuronales, pero él se las consiguió apañar bien para terminar cenando en un sitio bastante decente por el barrio salamanca. La cena fue muy bien, hablamos más, nos conocimos más, nos reímos… estábamos a gusto.

Poco a poco iba descubriendo cosas sobre él, y discutimos varios temas serios, por llamarlos de alguna manera, pero siempre desde el respeto y la tolerancia a pesar de tener ideas distintas. Hablamos de algunas de nuestras pasiones, algo de política, algo de religión, mucho sobre justicia, y entre charla y charla hice una anotación muy importante. Este chico es feminista. Pero no de los que dicen serlo para sacar algún provecho de ello, sino de los que no lo dicen y lo demuestran. ¡Cinco puntos para Lucas! 

He de apuntar una cosa que también me da puntos a mí: yo soy fumadora, y Lucas no, pero aún así me llevé mi nuevo vapper sin tabaco ni nicotina para evitar molestarle. Y no fumé en toda la noche. Cualquier fumador sabe lo que apetece un cigarro cuando estás nervioso, ansioso, o ya puestos también cachondo. Pues ahí estaba yo haciendo acopio de fuerza de voluntad para que mi cita no saliese espantada. Es cierto que en un lugar recóndito de mi mente pretendo dejar de fumar (y esto lo escribo mientras me enciendo un cigarro, viva la hipocresía) y quedar con Lucas era una excusa perfecta para no hacerlo, al menos durante unas cuantas horas. ¿Qué os creéis, que todo iban a ser puntos para el chico? Una también sabe mimarse y darse premios de vez en cuando. 

Cenamos estupendamente bien en “El Pimiento Verde”, un restaurante muy cuco y donde tanto la comida como el servicio son excelentes. Y claro, en la mayoría de los casos, y con más razón en pleno barrio Salamanca, eso lleva un coste extra en la cuenta. Pagamos a medias, como la noche anterior, pero es que a mí no me gusta que me inviten a cenar así tan pronto, llamadme rara. Cuando tuve que pagar mi parte de la cuenta casi que agradecí que Lucas volviese a Londres en unos días, porque a este ritmo de cenas y copas me estaba dejando el sueldo del mes en citas. 

Pongamos que es lunes, 23.30h, Madrid, buen clima. Tú estás en plena segunda (y maravillosa) cita y no tenéis intención de que se acabe, pero claro, es lunes y la mayoría de los locales de la hostelería cierran. Pero no os preocupéis por mí, Lucas y yo pudimos continuar nuestra cita en Marieta, un bonito bar-restaurante que por la noche sirven copas y tiene bastante buen ambiente por la Castellana. Para allá que fuimos en su moto y pedimos nuestras respectivas bebidas. Puntazo para Lucas: recordaba qué tomaba yo y cómo lo tomaba. 

A ver, a ver, que me mareo de tanta mariposa en el estómago. Un chico que de primeras me entra por los ojos, que es divertido, caballeroso, educado, escucha y retiene la información, que comparte varios de mis valores fundamentales… ¿de verdad he ganado la lotería? Mira, yo no sé qué le pasaba al Universo esos días, pero debía de haberme abandonado mi mala suerte y por fin me correspondía algo de buen karma, porque lo de Lucas no era ni medio normal. No miento cuando digo que han sido las mejores citas de mi vida (al menos en su momento). 

Nos tomamos la copa hasta que los camareros decidieron avisarnos de que era hora de irse a casa. Yo de verdad que no quería despegarme, podría haberme pasado toda la noche con él recorriendo la ciudad y haber ido a trabajar del tirón. Pero claro, eso sólo era factible en mi cabeza. Además, acababa de empezar en un sitio nuevo y no era lo más adecuado. Se ve que a Lucas le pasaba lo mismo, porque cuando nos dirigimos hacia la calle me dijo, un poco aturullado, que se lo estaba pasando genial conmigo, que no quería tener que despedirse y que le encantaría dormir conmigo esa noche.

Yo no sé si eran mis nervios o los suyos, pero me pareció tan mono… Lo dijo como con la boquita pequeña, como quien quiere hacer algo, pero tiene miedo a pedir permiso por si le rechazan. No paraba de hablar sobre que no haríamos nada que yo no quisiera, que él no era ese tipo de hombres, que me respetaba si decía que no a dormir juntos, pero que él solo quería seguir a mi lado, sin más pretensiones que esas. 

Llegados este momento os he de confesar un asunto: cuando yo decido dormir con un hombre, duermo con él, no follamos. Para acostarme con alguien necesito tiempo y confianza, por lo que cuando digo dormir es dormir, no voy a cambiar de opinión en un momento de calentón. Pero tampoco nos engañemos, que la parte bonita de dormir acompañados nos gusta a todos, en especial si estamos más solos que la una y sin nadie que nos quiera por las noches. Pero a lo que voy, que cuando digo dormir intento dejar lo más cristalino posible que es dormir, para que nadie se forme ideas equivocadas. 

El caso es que con la propuesta de Lucas me puse nerviosa. Por un lado, tenía a mis dos compañeras de piso durmiendo en casa y no les iba a hacer ninguna gracia encontrarse a un desconocido a la mañana siguiente, además de que no me apoyan en mi aventura tinderiana. Por otro lado… ¿podía fiarme de Lucas? Al fin y al cabo, no le conocía apenas nada, podía ser un loco, o no cumplir su promesa de “solo dormir” y acabar echándole de malas maneras. 

Sumida en mi mar de dudas, le dije de hacer un trato: prometía pensármelo mientras me fumaba un cigarro. La verdad es que se rio, y con razón, porque cuando no disimulo me sale esta versión extraña de mí misma. Y también porque él nunca me había dicho que no fumase, yo lo hacía para no molestarle y no quitarle las ganas de besarme, que tampoco nos vamos a engañar. Mientras me encendía mi cigarro, dándole vueltas a la opción, él me miraba con las manos metidas en los bolsillos del vaquero oscuro, apoyado en sus talones y con cara de cachorrito abandonado. ¡Así yo no podía pensar con claridad!

Pensad como queráis, pero yo al final me encontraba ahí con un desconocido, pues no tenía ningún tipo de referencia sobre Lucas que no me la hubiera dado él mismo. Lo mismo me estaba vendiendo la moto, que lo mismo estaba siendo sincero y de verdad quería dormir conmigo y ya. Seguir disfrutando de nuestra mutua compañía. 

Entre calada y calada le miraba pilla, porque la verdad es que me encantaba y no conseguía encontrar una razón de peso para que no pasara la noche en mi cama. Él mientras seguía con sus ojitos de no haber roto un plato en su vida, diciéndome que entendía que dudase, que él podía irse a primera hora antes de que mis compañeras le vieran, que me esperaría en la calle para llevarme al trabajo, que no era “uno de esos”, que sólo quería seguir hablando conmigo tirado en la cama sobre nuestras cosas. Qué queréis, a mí se me habían desintegrado hasta las bragas. Me parecía tan encantador… y si a eso le sumamos que cuando ya le dije que sí me comió a besos pues ni os cuento cómo me puse. 

Cogimos la moto hacia mi casa, y yo en vez de en moto iba en las nubes. Abrí la puerta sin hacer ruido y nos metimos en mi habitación (que por suerte estaba medianamente recogida), mientras le indicaba dónde estaba el baño y yo me ponía una camiseta a modo de pijama. Él se quedó en calzoncillos para dormir más cómodo, y yo fumaba en la ventana para calmar mis nervios, aunque no servía de nada. Durante la cita le había comentado que me gusta mucho escribir y a veces publico en un blog. Le picó la curiosidad por conocer más sobre eso y se tumbó boca arriba a leer.

Estaba totalmente concentrado, teniendo en cuenta que tenía a una mujer semi desnuda a dos palmos de él. A veces se reía y otras me miraba como analizándome, intentando descubrir por qué había escrito lo que él leía. Me tumbé a su lado y aunque seguía leyendo se dedicó a hacerme cosquillitas (socorro, en ese momento me moría, me costaba mantenerme serena, pero debía hacerlo).

Puedo prometer y prometo que en ese momento cada uno de los poros de mi cuerpo querían morir de amor. Sí, soy una romántica empedernida exagerada. Podéis llamarme loca tranquilamente, lo tengo más que asumido. Estaba en la gloria bendita, no podía estar más a gusto. Y para colmo, parecía que él tampoco estaba mal. 

Me devolvió el móvil y se recostó en la cama, invitándome a ir con él. ¿Sabéis cuando estás abrazada a alguien en la cama y te da un beso en la frente? Yo me moría ahí mismo y que no me resucitasen, por favor. 

Como le había dejado bien claro que aquello iba a ser dormir y ya, no intentó nada de nada, y menos mal, porque no sé yo si habría podido seguir firme mucho tiempo más. Tengo algunas reglas de cuándo y cómo y porqué acostarme con alguien, quizás algún día las cuente, pero eso es otra historia. La cuestión es que yo pretendía dormir y él lo respetó. Dormir abrazada a alguien en pleno inverno madrileño debería considerarse un derecho universal. 

Dormimos un par de horas o tres, más o menos, cuando ambos nos desvelamos. No tengo muy claro quién se desveló antes, pero juraría que Lucas llevaba un rato dándome besos en el cuello y los hombros cuando fui medio consciente. Si ya antes de dormir me flaqueaban las fuerzas, tenerle ahora besándome tan maravillosamente, yo medio en sueños, y este chico que olía que embrujaba… Os podéis imaginar cómo siguió la cosa. Cierto es que no llegamos a acostarnos, pero madre mía… la que has liado pollito. Allí subió la temperatura como la espuma muchachas, qué calóh. 

Cuando sonó el despertador sí que me quería morir, pero esta vez de sueño. Él se desperezó a regañadientes, y cuando ya me estaba levantando me coge de la cintura y me planta un beso. Pero un beso de película, con su “buenos días” y una gran sonrisa de acompañamiento. Morí. 

Me metí veloz en la ducha, quería salir de casa antes de que mis compañeras se despertasen y así evitarme la probable bronca por haber traído a Lucas. Preparé un par de cafés mientras él se duchaba y yo me vestía. A pesar de las prisas, todos tenemos tiempo para un café. Nos lo tomamos tranquilos medio tirados en la cama, intentando espabilarnos. 

Justo cuando vamos a salir triunfantes de casa, oigo cómo se abre la puerta de mi compañera… En ese momento me sentí una adolescente a la que pillan escapándose de casa, pero peor. La cara de mi compañera lo dijo todo sin palabras, y yo salí pitando empujando al pobre Lucas que intentaba darle los buenos días educadamente. 

Me miró como si estuviera loca, y claro, lo estoy, pero él aún no lo sabía, y tampoco había podido ver la cara de mi compañera, si no, hubiera entendido mi comportamiento. Salimos a la calle y cumpliendo su promesa de la noche anterior, nos montamos en su moto dirección a mi trabajo. Para ser el segundo día en un sitio nuevo, no estaba mal llegar así. 

Nunca he disfrutado tanto del camino al trabajo, para qué engañarnos. Esa autopista casi vacía, con este motorista, la velocidad, el viento, la sonrisa de tonta impregnada en la cara… ¡Ay! Aunque estaba pletórica, no todo era bonito, pues ya era martes y Lucas volvía a Londres ese jueves. Obviamente comprendía que él tuviera amigos y familia con quien estar, por lo que iba a ser muy complicado volver a vernos. 

Ese paseo al trabajo me supo a gloria, pero en parte también a despedida. Intenté retener lo que pude con máximo detalle, pero seguro que hay algunas cosas que se me escapan. Su forma de reír, su forma de mirar, su voz… Bueno, dejémoslo, que me pongo ñoña. 

La cuestión es que una parte de mí sabía a ciencia cierta que esa historia se cerraba ahí, que no habría más capítulos. Es cierto que nos habíamos prometido unos viajes y demás historias, pero siendo realistas, esas son “cosas que se dicen” y luego nunca jamás se cumplen. Quería convencerme de que era un adiós, debía ser un adiós. De lo contrario, estaba perdida. 

Sin embargo, otra parte de mí estaba viviendo su cuento de princesa Disney. Que sí, que habían sido sólo dos citas, un par de días, pero… ¡qué citas! Vamos, cuando dos personas conectan así, la historia debe continuar. Ningún cuento acaba con “bueno, y entonces se separaron y adiós”. Estoy convencida de que todo en esta vida pasa por una razón, y estaba empeñada en descubrir qué tenía el destino preparado para el papel de Lucas en mi vida. Porque, ¿tendría un papel importante, no? No tenía sentido si no haber tenido esa conexión. 

Mientras las diferentes personitas que conviven en mi mente debatían entre ellas sin llegar a ningún acuerdo, Lucas frenó delante de mi edificio. Habíamos llegado a la meta final. Tocaba decir adiós, y quién sabe si hasta pronto. 

Bajé de la moto, me quité el casco y los guantes, y lo guardé todo en el cofre. Nos besamos por última vez, esperando vernos pronto, con promesas en la mirada y amargor en los labios. Una despedida agridulce. 

Un beso rápido y entré sin mirar atrás. Sólo cuando atravesé las puertas y él no me veía me giré para verle arrancar la moto de nuevo y alejarse, deshaciendo el camino por el que habíamos llegado. 

¿Continuará?

Siempre vuestra, 

Tinderella.

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